martes, 10 de junio de 2014

Una publicidad que cambie el mundo.





Hay un día en la vida de todos en el que nos toca sentarnos y preguntar en voz alta ¿a qué quiero dedicarme? En ese momento miramos en nuestro interior, buscamos qué nos hace disfrutar, qué podemos aportar y cuál es la mejor forma de conseguirlo. Ese día yo escogí dedicarme a la comunicación. Por intuición, como se toman muchas de las decisiones acertadas.

A pesar de lo que se piensa, la publicidad no va de hacer anuncios, va de transmitir ideas, de llegar a la gente. La publicidad en esencia es una representación simbólica de la realidad. Es una imagen del mundo encuadrada en un marco concreto. Es subjetividad pura. 

La publicidad es un teatro, con un escenario construido, unos sujetos caracterizados y una atmósfera que busca transmitir algo. 

La publicidad es vender. Vender ideas. Es una herramienta que a menudo se usa para colocar productos en la mente del consumidor, pero en realidad no es el producto en sí lo que nos alcanza, sino el conjunto de elementos emocionales que se asocian a él. 

Ese es el poder real de la publicidad, la capacidad que tiene de colocar microuniversos en el cerebro de las personas.
Y ese poder es, en si mismo, fascinante.

Su capacidad de propiciar una determinada imagen del mundo en nuestra apreciación de la realidad la convierte en un recurso para fomentar valores que impulsen el desarrollo y apoyen el cambio social.

La comunicación comercial ha conseguido implantarnos la sociedad de consumo y la economía de mercado. Bien. ¿Y por qué no utilizarla en sentido contrario? Los nuevos publicistas tenemos en nuestras manos el poder de recrear una nueva concepción del mundo, hagámoslo de forma que contribuya a eliminar la desigualdad social, los roles de género y los estereotipos, que despierte el espíritu crítico y estimule los sentidos, que inculque valores de compromiso y solidaridad. En definitiva, que colaboré a realizar mejoras en la sociedad.

Tenemos el paisaje, tenemos las herramientas. Solo nos queda escoger bien el marco. 

Buenas tardes, sean felices.









lunes, 2 de junio de 2014

La felicidad no espera.








"Hola, ¿cómo estás? - Pues bien, ahí vamos."
Esta es la contestación que solemos dar cuando alguien nos pregunta cómo estamos. Si tenemos tiempo seguiremos con un "con esto y con lo otro pero bien". Ni si quiera le prestamos atención a la respuesta y tampoco a la pregunta. Lo que hay detrás de esa contestación depende de la situación y la interpretación de cada uno, pero lo que esta claro es que no significa un "soy feliz, tengo una vida de puta madre". 
Pero ¿y si nos hiciéramos la pregunta honestamente a nosotros mismos? Estoy segura de que encontraríamos muchas cosas de las que poder quejarnos y probablemente lleguemos a la conclusión de "cuando solucione esto seré totalmente feliz". Pero es una afirmación completamente falsa. 

El ser humano está ligado al conflicto como parte inherente a si mismo. La sociedad lleva consigo el elemento conflictivo, y para comprobarlo tenemos ahí los libros de historia y de política. 

Mantengo la opinión de que tenemos un concepto ficticio de la felicidad. Mantener unas condiciones personales exentas de cualquier tipo de conflicto es sencillamente imposible. Los conflictos van a estar ahí, siempre. Los solucionaremos, vendrán otros, variarán... y si esperamos a que desaparezcan para poder alcanzar la felicidad espero que haya una silla cerca, porque la felicidad no espera. 

"Trabajo demasiado", "no tengo trabajo", "no tengo pareja", "era más feliz sin pareja", "que dura es la universidad", "ojalá pudiera volver a vivir los años de universidad"... Siempre hay algo que puede ir a mejor, y esa es la parte positiva del conflicto: que obliga a trabajar para solucionarlo, y siempre supone un avance en una u otra dirección. Y esa es la actitud a que a mi me gusta, el espíritu crítico, la necesidad de cambio, la voluntad de progreso. Sí, pero con el optimismo por delante. 

No podemos dejarnos vencer por las circunstancias. Debemos aceptar los conflictos con algo natural con lo que convivir en nuestra vida, y sobre todo, aceptar que la felicidad se consigue cuando lo que buscas y lo que encuentras es lo más parecido posible.