domingo, 10 de diciembre de 2017

Infinita herencia



Ya es ocho de diciembre un año más, cada vez se dan más prisa en llegar y me sorprenden sin tener nada escrito que contarte y sin saber por dónde empezar a escucharte. Al momento empiezo a hacerlo y me doy cuenta de lo importante que es esto, de lo imprescindible que resulta esta obligación silenciosa que me empuja a mírate y tomar consciencia de mi propia existencia.

Tú, que por azar me encontraste y que podrías haber sido insignificante pero por el contrario me marcaste. Y sin querer te fuiste, pero lejos de marcharte te quedaste. Para reinventarme, para impulsarme, para ahuyentar mis miedos y alimentarme. Tú que me obligas cada diciembre a pensar en la muerte y celebrarla. Tú que me enseñas a agradecer mi suerte y explotarla. Tú, que desde lejos te conviertes en brújula y me traes al centro de la Tierra, donde huele a hierba y a mar, donde solo lo que de verdad importa está.


Hoy en tu fiesta somos uno más. Uno que he conocido por casualidad y que ya eres tú de alguna forma. Y es que creo que eso es lo más cerca que entiendo el infinito y que veo la eternidad. Tú, que aun teniendo poco tiempo nos sembraste de ti, de tu risa, de tu prisa y tu pureza; esa es la herencia que nos dejas. En mí, en tu padre, en tus hermanas y en las nuevas vidas que, sin pretenderlo, tendrán más de ti de lo que nunca podamos darnos cuenta. Porque todo lo que tocaste está impregnado de tu esencia, y nosotros, por inercia, seguimos extendiéndola. Absorbiendo lo que fuimos, llenando a los que llegan y formando parte de este infinito de personas que se van pero que nunca nos dejan. 





domingo, 19 de noviembre de 2017

Ansiedad


Foto de @christianbatemann


En el fango te encuentras con lo peor, lo que eres, lo que has sido, y los miedos sobre lo que serás. Porque eso es lo que importa, los sacrificios que inviertes en el futuro por el que hipotecas el sol de las terrazas y la simpleza tan dulce de ver la vida pasar. Pero yo soy del romanticismo trágico, del honor y la valentía. Una dramática de veintialgo con poca paciencia y demasiada intensidad. Pero a veces me mareo en los charcos y tardo cuarenta minutos en explicarme cada vez que me levanto quién soy y qué hago, porque se me olvida, porque no lo tengo claro o porque mi padre tiene razón y no se lo quiero. Pero quiero mucho y mucho todo el rato. Y te culpas por ser egoísta, pero realmente sabes que no es cierto; que la culpa es la mentira y el engaño del sistema que te promete que mereces algo mejor, que si lo das todo, lo recibirás. Poca paciencia y demasiada intensidad.

Pero empiezo a dudar de que todo lo prometido algún día llegará. El sacrificio, el optimismo, la autorrealización. Y es que es difícil ansiar lo que tanta gente desea, pero si fuera fácil lo harían ellos, que son mayoría y tú la mitad. Que eres única, que mereces más y que no estás donde debes estar. Una mentira más. Otra, la de que en el fango se crea mejor, pero yo ahí solo encuentro oscuridad que me ciega y no me deja ni crear ni creer en nada. No me reconozco. Me deshago de mi, y me rechazo, por no ceder, por no tragar por no querer andar más despacio. Y necesito parar y analizarlo, perdonarme por ser injusta con lo que me han dado, recomponerme y mirar al lado, ver los que están, agradecer lo que me ha tocado. Identificar la mentira del sistema, entender que la verdad está en tu mano, iniciar un proceso de reconocimiento personal y liberarte de todo lo que te habían contado.



sábado, 10 de junio de 2017

Utopía

Foto @chistianbatemann


Lo siento pero no voy a pedir perdón por ser lo que soy, por vivir como vivo, por soñar lo que sueño. No agacharé la cabeza ante ningún abuso de poder, ni giraré la vista ante ninguna injusticia. No dejaré que la opinión popular me arrastre con la marea y prometo sacar fuerzas para nadar a contracorriente todo lo que sea necesario. No negaré que me ahogo en la superficie y que me agota la banalidad de la vida corriente. Y por consiguiente acepto ser extraterrestre en el mismo planeta que me empeño en salvar encarecidamente de Este a Oeste.  Y lucho diariamente contra las bocas demasiado grandes con mentes demasiado pequeñas, contra la falta de implicación, de información y contra mi propia condescendencia. Y libro pequeñas batallas en la guerra por la justicia social. Por la dignidad de las personas que mueren en el mar, por las que saltan alambradas, por las que sufren maltrato, por las que viven con miedo, por las mujeres sin voz, por los inmigrantes sin suelo. Contra la banca de la indignidad, contra la hipocresía de la Iglesia, contra la falsa moral, contra el miedo al cambio, contra la impunidad judicial.

Y trato de luchar desde la felicidad, combatiendo la amargura de ir siempre en el bando perdedor, pero con la honestidad intacta y la ilusión de construir un mundo mejor. Porque lejos de estar llena de odio todo lo que tengo es amor, hacia un concepto, una idea, un compromiso sin género, raza o color. Un mundo en el que cualquiera pueda besarse el alma y las costillas, sin Dios, ni patria que se atreva a encarcelarte.

Se llama utopía a los sueños que se alcanzan con la lucha. Y yo elijo vivir luchando sin la ambición de cambiar el mundo, pero con la aspiración de contribuir en cada paso. Y es que a pesar de escoger el camino difícil, no sabría vivir de otra forma.

Así que hoy, lejos de pedir perdón pediría que se llenen las plazas, que derriben los escudos, que asalten el Congreso, que volvamos a nacer. Por nuestros muertos, por el silencio forzado, por la envenenada Transición. Por los Borbones, los ladrones y los consejos de administración. Por la gente sin casa, casas sin gente, por la asquerosa corrupción. Porque se caigan las mordazas, porque tiren las armas, porque no se vuelva a gobernar sin corazón.


Por eso, querida utopía, prometo defenderte hoy y siempre, durante todos los días de mi vida.







martes, 16 de mayo de 2017

Por ti y por todos tus compañeros




Siempre he creído que el ser humano es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo corrompe. Que cualquier bebé que nazca del vientre de su madre será tan puro como un lienzo en blanco esperando a convertirse en algo más que un continente sin contenido.

Sin embargo hoy estás tan roto que me da igual si es el sistema el que corrompe o si estaba escrito en su cigoto, porque hemos buscado mil y una explicaciones y hasta yo misma me agoto.

Y estallo en lágrimas, reventando la tristeza sostenida que nos mantiene unidos y al mismo tiempo tan ausentes. Y por un instante dejo de pensar en el bien y el mal y empiezo a reparar en el calor que desprenden vuestros abrazos.

Rescato un viejo pensamiento sobre la incapacidad de comprender cómo la Declaración de Derechos Humanos y el Apartheid fueron concebidos por la misma especie. Cómo conviven manifestaciones tan extremas y alejadas dentro del mismo grupo animal. Sigo sin entenderlo, pero hoy hasta me da igual. La resignación me ha hecho pensar que la vida es así y buscar explicaciones no cambiará nada. Que el mundo es un lugar inhóspito para vivir, pero puestos a elegir, cualquiera escogería vuestra manada.

Y es que admiro la nobleza y el semblante que destilan vuestros ojos, la firmeza de las zarpas que sujetan la esperanza y la sonrisa que ilumina y que nos hace tanta falta. Porque sois familia, barricada y casa. Una manada que no descansa. Un todos para uno. Un rugido que amansa.


Porque en mitad de la tormeta os convertís en balsa, celebráis  la vida, y el miedo se me pasa.








miércoles, 8 de marzo de 2017

Silencio

Paula Bonet, La Sed.






Rota. Como un papel hecho añicos pegados burdamente con cinta adhesiva. Inútil. Incapaz de escribir en él una sola palabra que me salga del cuerpo. Impotente, vencida, anulada. Intento decirte algo pero no puedo, mi mente emite interferencias y no procesa la información, no la asimilo, no la imagino, no quiero creérmela. Mantengo la vista fija en tus enormes ojos avellana y cada lágrima que te cruza la cara se me clava en las costillas, me las aprieta y me impide respirar con normalidad. Te tiembla la barbilla, la comida se nos enfría, y yo sigo sin poder hablar. Me tiendes la mano y al dártela me percato de que llevo un rato clavándome las uñas y que por primera vez siento una rabia que no se gestionar.

Te escucho mientras rememoro cada momento en que lo tuve cerca, sin saberlo, y lo quiero matar. Siento como la sangre me circula más rápido y el corazón me bombea como si se quisiera escapar, incapaz de aguantar la escena. Incapaz de soportar la culpa. Me culpo, por no haber oído en tu silencio los gritos de ayuda. Porque no ví tu preciosa piel blanca teñida de morado. Porque tu desnudez manchada tampoco  la vi, y no pude hacer nada.


Me muero de rabia. Por primera vez veo que fue él quien te arrancó la luz a golpes, quien te separo de ti, quien se llevó tu vida  y te dejo sin armas. Me muero por decirte que te odio por no habérmelo contado antes, que yo habría matado esos monstruos por ti y que jamás habrías tenido que volver a esa casa. Me muerdo la lengua, me clavo las uñas y empiezo a pensar que tengo que canalizar esa rabia para traerte de vuelta. Para darte fuerza, lamerte las heridas y coserte unas alas nuevas. Para jurarte que nunca más estarás sola, que acariciaré tus sollozos y te susurraré que ya estás más cerca. Que pronto volverás a ti, que cerrarás esa puerta. Que lucharemos todas contra esa bestia, y os querremos siempre, vivas y contentas. 


domingo, 19 de febrero de 2017

Más bueno que el pan


Y de repente pasa. Cuando pierdes un poco la esperanza. Cuando crees que la decepción forma parte del curso natural de la mayoría de las relaciones y te resignas a pensar que las únicas estrellas reales son las fugaces. Entonces aparece alguien que te deslumbra.

El jueves pasado, en la tercera cerveza me dijiste una frase que llevo centrifugando toda la semana: ser buena persona está infravalorado. Y me lo decías con un tinte de reproche porque opinas que el bar indi al que te llevé denota que no acepto a cualquier persona en mi vida. Y te di la razón como quien  pide disculpas porque realmente estabas en lo cierto y yo, del todo equivocada.

Y no voy a negar que soy una pija en relaciones gourmet que pide platos interesantes, estimulantes, viajados, con buena conversación y  chistes inteligentes. Pero admito que más de uno se me ha atragantado y que hoy en día hay otros que se me repiten. Y he pasado hambre porque me ha faltado llenarme un poco la tripa de pan. Porque ser buena persona está infravalorado y ahora que lo tengo me doy cuenta de la falta que me hacía. Porque en los últimos años he sobrevalorado a muchas personas por la luz que reflejaban y no he querido ver que detrás no había nada, y las he mantenido vivas esforzándome en que permanecieran encendidas, por este síndrome de Estocolmo mío que otras veces parece de Diógenes.  Y he aprendido a apreciar el pan y a saborear sus matices, a dejar que me aporte y a entender que hay ingredientes que nunca pueden faltar en un plato.

Pero no me equivocaba cuando te decía que febrero sería un punto de inflexión, y será porque me he cansado de pasar hambre o porque siempre engordo en esta época pero mi casa huele a pan tostado y ya no salgo a la calle sin un bocadillo.


A todas las personas que me llenáis el camino de miguitas, gracias.