Qué lejos se ve el
verano desde el frio diciembre. Como se extraña la sal en la piel, el pelo
mojado, las puestas de Sol desde
cualquier sitio, los baños interminables en el mar o los vestidos de vuelo
blancos con la piel morena. Pasear por las tardes, hacer intentos de ir en
bici, la alegría desbordante que te da la luz del día, los planes y planes y
más planes. El no hacer nada, el hacer de todo. El tiempo… sobre todo el
tiempo, para ti, para dedicarlo a lo que te apetezca en cada segundo. Qué lejos
se ve todo eso desde el ritmo ajetreado de la universidad, los días grises y el
estrés. Aunque supongo que por eso el verano es tan especial, porque las ganas
de que llegue se guardan desde que acaba.